LOS ÁNGELES — Uno, dos; derecha, izquierda, instruye Haley Amaya a sus alumnos, pidiendo que sigan los pasos que ejecuta en su clase de danza en un centro comunitario ubicado al costado oeste del MacArthur Park, en Los Ángeles. Izquierda, regresa; derecha, regresa. Manos arriba, abre tus manos.
Es una mañana de domingo. La clase comenzó a las 10:15. Haley viste pantalones y suéter deportivos negros. Como cada vez que tiene práctica, llega 50 minutos antes acompañada de su madre y dos sobrinos. Juntos acomodan sillas y colocan un parlante en una sala que se transforma en un centro de arte.
En el regreso a los ensayos, después de 51 días de ausencia, Haley comenzó con ejercicios de estiramiento y un recordatorio de los pasos. Desde 2017, cuando fundó el ballet Cinco Estrellas, ofrece estas clases gratuitas de danza folclórica hondureña. La voz se fue pasando en la comunidad; al crecer los primeros alumnos dejaron el grupo, luego llegaron nuevas generaciones.
“Las niñas son las que siempre me preguntaban, me escribían, me llamaban”, comenta la joven en una pausa que hizo después de 60 minutos de ensayo.
Haley Amaya le ata el vestido a Juliet, de 6 años, antes de un ensayo del ballet folclórico Cinco Estrellas el domingo 27 de julio de 2025 en Los Ángeles, California.
(Luke Johnson / LA Times)
La última práctica, realizada el 6 de junio, coincidió con el inicio de la despiadada ola de redadas en el sur de California, conducida por agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), que se extendió por 35 días consecutivos. En los alrededores del MacArthur Park, ubicado a 2.4 millas al oeste del Ayuntamiento de Los Ángeles, la presencia de la “Migra” fue ostensible.
“El arte me ha ayudado mucho en mi carrera”, confiesa la joven con 17 años de experiencia en la danza folclórica, algo que ella considera se está perdiendo. “Es algo que desde pequeña me ha enseñado mucho, no solo a querer la cultura hondureña, sino a saber quien soy yo, conocer mi identidad”.
Haley, de 27 años, nació en Los Ángeles. Se crió sola con su madre, Dilcia Muñoz, originaria de Santa Bárbara, departamento ubicado a 129 millas al noroeste de Tegucigalpa, la capital de Honduras. A los tres años visitó por primera vez el municipio de Atima, en donde nació su madre.

Haley Amaya imparte clases de folclore hondureño a un grupo de danzantes el domingo 27 de julio de 2025 en Los Ángeles, California.
(Luke Johnson / LA Times)
En sus primeros dos años vivió en el sur de Los Ángeles; luego se mudó al vecindario de Koreatown. Su infancia, a pesar de las limitaciones, estuvo marcada por momentos inolvidables. Su madre trabajaba en la limpieza de casas, a veces en Beverly Hills y en otras oportunidades en Northridge.
“Era traviesa, desde pequeña le gustó eso del modelaje, se ponía a bailar en el departamento”, comenta Fleri Velásquez, vecina que conoce a Haley desde su niñez.
En su infancia se subía a la mesa, no le daba miedo nada, recuerda Dilcia. Para mantenerla ocupada, a los cinco años la inscribió en clases de modelaje en un centro comunitario, a los siete años la llevó a Patricia Sturla Studio, sobre el bulevar Wilshire, en donde tomó clases de modelaje, baile y actuación.
A medida que desarrollaba sus habilidades se le abría más la imaginación. A corta edad, su sueño era ser parte de Hannah Montana y High School Musical, producciones televisivas juveniles de Disney Channel. A los ocho años, durante su formación con Patricia Sturla, consiguió su primer agente y grabó su primer comercial.
“Ahí comenzó todo”, destaca la joven.
Haley Amaya, de 27 años, es hija de una inmigrante hondureña. Desde 2017 imparte clases de folclore como una forma de traspasar la cultura a las nuevas generaciones.
(James Carbone / Para LA Times en Español)
Haley asoma como una figura que sobresale en la industria del modelaje y el arte. Al graduarse de la secundaria, en 2016, fue contratada por la agencia Wilhelmina, en donde se codea con celebridades. Su trabajo le ha permitido viajar a países como España, Perú, Grecia, Honduras y todo Estados Unidos.
Entre la comunidad hondureña en Estados Unidos, en donde viven 1.1 millones de personas de ese origen, brillan con luz propia América Ferrera, actriz de Hollywood; Nicole Mejía, directora de cine; y Satcha Pretto, periodista y presentadora de noticias del programa Despierta América de Univision, entre otras personalidades.
Los referentes en una comunidad sirven de inspiración, manifiesta Carmen Boquín, periodista de Telemundo, nacida en Tegucigalpa. En su tierra trabajaba en la estación Televicentro cuando en 2012 saltó a beIN Sports, cadena de televisión internacional por suscripción en Estados Unidos. Ella tenía como referentes a Satcha Pretto, nacida en La Paz, y Neida Sandoval, periodista originaria de Comayagua que laboró por más de 25 años en Univision.
“El éxito de un compatriota, siendo migrante, siempre es el éxito de todo un país. Un éxito que nos une y motiva”, valora Carmen, de 38 años, quien ahora es un ejemplo que inspira a otras generaciones. “Siempre es importante tener referentes de nuestros países que nos ayuden a poder visualizar metas, independientemente de que rubro sea”.
Haley Amaya luce un vestido tradicional hondureño que utiliza en las presentaciones del ballet Cinco Estrellas.
(James Carbone / Para LA Times en Español)
La presencia de Haley es notoria cuando llega a un lugar, no solo por su belleza, sino por su sencillez, simpatía y profesionalismo, así lo consideran sus colegas. Ella mide 1.70 metros, su tez es blanca y su cabello natural rizado.
A pesar de su juventud, Haley ha sabido balancear su carrera y mantiene esa pureza de corazón en una industria extremadamente competitiva, sostiene Sohni Ahmed, modelo y actriz nacida en Karachi, Pakistán, quien ha intervenido en películas como Model House (2024), Pocket Shock (2022) y Maestro (2021). Ellas se conocieron cuando trabajaban para la marca Forever 21.
“Haley es súper genuina y una de las personas más profesionales que he conocido en esta industria”, apunta Sohni, de 29 años, quien incursionó en el modelaje a los 14 años. En 2017, antes de moverse a Los Ángeles, obtuvo su licenciatura en artes escénicas en The American Academy of Dramatic Arts en Nueva York. “Ella tiene esta rara capacidad de conectarse realmente con los demás y siempre deja una impresión duradera, sin esfuerzo y auténticamente”.
A los 10 años, Haley Amaya comenzó a formarse en la danza folclórica. Aquí posa en las instalaciones del Ayuntamiento de Pasadena.
(James Carbone / Para LA Times en Español)
Como hija de una migrante y una figura emergente de ascendencia hondureña, Haley no guarda silencio sobre las redadas masivas en Estados Unidos. Esta joven sufre con el dolor de la comunidad latina. En medio de los operativos de ICE, ella no ha parado de trabajar; pero muchas familias se mantienen angustiadas y hay personas que temen salir a lugares públicos ante el riesgo de caer en manos de los agentes federales.
“Hay un miedo porque están usando gente que tiene mucho poder, están jugando con nuestros derechos, creo que eso no es justo”, asegura Haley. “Estos son tiempos donde debemos alzar más la voz”.
En una mañana nublada, Haley volvió a la calle Catalina, en Los Ángeles. Aunque había pasado antes cerca del edificio color rojizo y verde agrisado en donde vivió durante 10 años, esta es la primera vez que caminó frente a los arbustos en donde jugó en su niñez. Ahí, en vez de hermanos, ella hizo familia con los hijos de los vecinos.
“Los niños que vivían aquí me mantenían ocupada, yo les enseñaba a bailar lo que aprendía en la escuela”, rememora sobre el espacio en donde corría, montaba su bicicleta y celebraba cumpleaños. A los 12 años se fue de este lugar.
En este vecindario, en las calles abundaban los grafitis y la actividad pandilleril. Era normal escuchar helicópteros o ver las patrullas de la policía rondando la zona. Cuando se dirigía a la escuela, salía a comprar al supermercado o visitaba a una prima a un par de cuadras de su departamento, siempre iba acompañada. En algunas ocasiones iba con sus niñeras, en otras con sus amigos.
“En aquellos tiempos nadie quería venir para acá, no había nada, era muy peligroso”, asevera.
En una oportunidad, a escasos 20 metros de la entrada de su edificio, asesinaron a una persona junto a un inmenso árbol de laurel de la India. Esa parte de la calle era tenebrosa, ella pasaba en las noches por ahí corriendo. Haley creció cerca de la esquina de las calles 3rd y Catalina, en Koreatown. La mayoría de los habitantes eran inmigrantes latinos, quienes —al igual que su propia familia— contendían con la pobreza; hacían malabares para sobrevivir.
Haley Amaya posa junto a su madre, Dilcia Muñoz, originaria de Santa Bárbara, Honduras.
(Jill Connelly / Para LA Times en Español)
Dilcia, de 64 años, salió de Honduras en 1992. A los 16 años tuvo a su primer hijo. Con la ayuda de una hermana estaba criando a cinco hijos, era la tesorera de su municipalidad, pero deseaba darles otro futuro a sus vástagos.
“No tenía adónde venir aquí”, revela la madre de Haley.
En el camino hacia California, encontró a una prima en Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado mexicano de Chiapas, quien iba para Los Ángeles. Seis meses después ella recibió a Dilcia en el vecindario de Westlake, a pocas cuadras del MacArthur Park. Su primer empleo fue en una tienda de empresarios asiáticos, luego trabajó en la limpieza de casas. Cuando su hija tenía año y medio, el padre de Haley huyó de sus vidas. Entonces se movieron a la calle Catalina.
“No tenía ni para el bus”, asegura.
Al llegar a ese vecindario, Dilcia se atormentó por su hija. Su temor era que fuese a quedar embarazada a temprana edad como le pasó a ella. Eso la impulsó a mantenerla ocupada en clases de arte. También se la llevaba al trabajo en autobús. La jovencita la ayudaba a barrer, trapear y limpiar los baños y vidrios de ventanas.
“Ella tiene que sumar, no restar a la comunidad”, era el lema de Dilcia.
Haley Amaya muestra una foto suya a los 11 años, en donde luce un vestido tradicional que aún conserva que fue elaborado a mano en Honduras.
(Jill Connelly / Para LA Times en Español)
Una compañera, cuando se preparaba en el estudio de Patricia Sturla, la conectó con el folclore. La invitó a las clases que daban en el centro comunitario de la Asociación de Salvadoreños en Los Ángeles (Asosal). El ballet folclórico de Asosal, fundado en 1993, es uno de los que tienen más trayectoria y reconocimiento en la comunidad centroamericana.
Al principio, Haley participó en las clases de cachiporristas, luego pasó por ballet clásico, modelaje, etiqueta y dicción.
“Yo la invité a bailar folclore salvadoreño”, recuerda Teresa Tejada, directora ejecutiva de Asosal. En ese tiempo, a sus diez años, dice que Haley era una niña tímida, pero con gran claridad de lo que quería lograr. “Siempre le gustó lo que hacía; su mamá tiene mucho que ver, ella era muy constante”.
Con este ballet folclórico viajó a Houston, Miami y Nueva York. En diciembre de 2024 se presentó en el Teatro Nacional de San Salvador, la capital salvadoreña, también intervino en la presentación realizada en 2023 en el estadio de los Dodgers, en Los Ángeles.
El aprendizaje con este ballet fue valioso; pero faltaba algo.
Dilcia buscaba organizaciones que promovieran la cultura hondureña, pero no las encontraba. Después de participar en un concurso con Asosal, le refirieron con Hondureños Unidos de Los Ángeles (Hula), entidad fundada en enero de 1998. Había mandado a elaborar un vestido al departamento de Lempira, al oeste de Honduras, y deseaba que su hija, en ese entonces de 11 años, lo luciera con su comunidad.
Llamaron a Leoncio Velásquez, presidente de Hula y le hicieron la propuesta. En ese momento, este oriundo de Tegucigalpa, era el enlace para el contingente hondureño en el desfile centroamericano organizado por la Confederación Centroamericana y del Caribe (Cofeca), fundada en 1983.
“Venga, ahí miramos adónde la ponemos”, dijo Leoncio a Dilcia en una llamada telefónica.
A los 11 años, Haley Amaya participó con un vistoso vestido tradicional hondureño en el desfile centroamericano que se realizó en Los Ángeles en septiembre de 2009.
(Jill Connelly / Para LA Times en Español)
En ese desfile, en septiembre de 2009, subieron a Haley a un camión junto a unos niños que iban con indumentaria —camisetas y zapatos— de futbolistas. De esa manera, ella pudo lucir su hermoso vestido elaborado de manta y decorado con frijoles, caracoles, semillas y barro. En el frente se apreciaba una iglesia colonial, había una imagen del líder indígena lenca Lempira y las cataratas de Pulhapanzak, ubicadas en el departamento de Cortés, entre otras figuras.
Aunque siguió bailando con el ballet de Asosal, después de este desfile se conectó con su comunidad hondureña, fue como encontrar la horma de su zapato. En 2011 colaboró con Hula para formar un ballet folclórico y, el 23 de agosto de ese año, viajó a Sacramento, California, cuando la Asamblea y el Senado estatal entregaron la proclamación oficial del Día del Hondureño, entre otros tantos eventos en los que se involucró.
Después de representar a su comunidad por muchos años, decidió que era mejor preparar a otros para preservar su cultura. Así surgió el ballet Cinco Estrellas, un nombre que alude a la cantidad de estrellas que lleva la bandera hondureña.
A pesar del reconocimiento en las pasarelas, Haley se identifica más como una embajadora cultural.
“Me siento empoderada y orgullosa de ser una voz para las demás personas”, indica la joven, advirtiendo que todo el trabajo que realiza con el ballet es voluntario, opera con donaciones y fondos de su propio bolsillo, tanto para comprar trajes y zapatos, como para transporte y alimentación cuando hay presentaciones. El uso del local para los ensayos es gratis.

En esta imagen, Haley Amaya lleva una canasta que utiliza en la coreografía de una canción folclórica hondureña.
(Luke Johnson / LA Times)
Ese domingo que regresó a los ensayos, luego de degustar una baleada —una tortilla de harina tradicional hondureña rellena de frijoles, queso y crema— en Doña Bibi’s Restaurant, Haley se desplazó hacia el centro de arte. Al pasar por el MacArthur Park, la joven comentó que en algunas oportunidades se han visto en la obligación de realizar las prácticas al aire libre en el parque, por eso sueña con establecer su propio centro cultural. Luego de cruzar la calle Park View, caminando hacia el oeste sobre la calle 7th, esperaban a Haley en la acera dos de sus alumnas con una felicidad incuestionable.
La clase comenzó con dos niñas y un niño, 15 minutos después se sumó el resto de danzantes. El grupo estaba integrado por nueve niñas y dos niños, entre las edades de seis y 12 años. Durante esta práctica repasaron las canciones que van a presentar en un evento en el Acuario del Pacífico, en la ciudad de Long Beach.
“Moviéndose, bailando punta, Juliet”, indica Haley a una de las alumnas mientras suena la canción El Bananero.
En la parte final, El Bananero tiene un poco de punta, ritmo propio del pueblo garífuna, descendientes de nativos africanos e indígenas arahuacos de San Vicente, isla principal del país caribeño de San Vicente y las Granadinas, que fueron expulsados por los ingleses y se establecieron en 1797 en la costa atlántica de Honduras.
Mientras se desarrolla la práctica, Miriam Carías, de 67 años y originaria del departamento de Cortés, al noroeste de Honduras, asegura que ver a las niñas y los niños le recuerda su infancia. Por eso, el domingo después de ir a misa pasa por su bisnieta Juliet, de seis años, y Brithany, de diez, para transmitirles ese legado cultural. “Haley es una joven extraordinaria, ella ocupa su tiempo libre, le fascina lo que hace promoviendo la cultura. Ella es una joven digna de admirar”, destaca la líder comunitaria que se radicó en 1991 en el sur de California.

Haley Amaya se estira con Alessandro, Juliet y Brithany, antes del ensayo del ballet folclórico Cinco Estrellas.
(Luke Johnson / LA Times)
A los ocho años, Nathalie Sandoval llegó a este ballet. En ese momento ella recibía clases de danza folclórica mexicana en su escuela. En un evento vio bailar a Haley, al poco tiempo estaba ensayando con este grupo. Sus padres son originarios de los departamentos de Yoro y Cortés. “Sirve para aprender a bailar folclore hondureño y conocer la cultura”, reconoce Nathalie, nacida en Los Ángeles y ahora de 10 años, quien aprendió a bailar punta en este ballet.
Uno, sube mano derecha, instruye Haley al grupo. Dos, sube mano izquierda, añade.
En un suspiro se pasaron dos horas. Al concluir la clase, danzantes y madres de familia tomaron sillas y mesas, y las colocaron en el mismo lugar en donde estaban antes del ensayo.
Lo que le llena de satisfacción, asegura Haley, es ver todo lo que su grupo es capaz de lograr. En su opinión, invertir tiempo en este ballet no solo sirve para traspasar la cultura a las nuevas generaciones, también es un recurso para que las niñas y los niños ocupen su mente y su cuerpo en una actividad que los aleja de influencias negativas, como le ocurrió a ella en su infancia, gracias al acierto de su madre. En lo personal, ella dice que lo más valioso de este proyecto es que puede devolverle a la comunidad una parte de lo que ha recibido, porque a través del arte comprendió de dónde viene y ahora sabe hacia dónde va.